La tierra del olvido en Santander
A tan solo un kilómetro de distancia del Puente Sogamoso se ubica el cacerío ‘La Playa’, jurisdicción de Betulia, Santander.
Allí, la lucha de los cerca de 600 pobladores que se resisten a marcharse y dejar atrás sus hogares es la misma todos los días: buscar alternativas para no morir de hambre ante la escasez que trajo la construcción de uno de los proyectos más ambiciosos de la región, Hidrosogamoso.
Del lugar, conocido históricamente por la abundancia de peces y la calidad de los mismos, solo quedan los recuerdos de lo que antes era una pesca exitosa que alcanzaba para alimentar a las familias e incluso para comercializar. Para todos había.
Pero hoy, la contaminación del río, los bajos niveles de oxígeno del mismo y las ‘atajadas’ de los mejores ejemplares que quedan atrapados en la parte superior de la represa, tienen en zozobra a los pescadores y sus familias, quienes no encuentran forma de solventar la crisis.
Ello, sin contar que los cultivos de yuca, plátano y maíz quedaron convertidos en pantanales ante las constantes inundaciones que genera la apertura de las compuertas por parte de Isagén.
Si bien la empresa asegura que hace previo anuncio de dichas actividades, los pobladores insisten en que ellos se enteran “cuando el agua está encima y todo se inunda”.
Lo que antes era el sustento de cientos de habitantes que ‘echaron raíces’ en aquel humilde cacerío, ahora está convertido en un criadero de mosquitos que pone en riesgo la salud de niños y adultos.
En ‘La Playa’ ya no viven de la pesca, ni siquiera consiguen lo mínimo para alimentar a sus pobladores y lo poco que da el río llega en malas condiciones.
Pero solo les queda dos opciones: comer ejemplares contaminados y de bajo peso o “morir de hambre porque no hay más”.
![Los pescadores de La Playa, Betulia, sufren las consecuencias de la contaminación producida por la represa de Hidrosogamoso, un proyecto construido por Isagen en Santander.](hidrosogamoso/hidrosogamoso-pescadoredes-la-playa-historia-2.jpg)
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Los rostros del olvido detrás de Hidrosogamoso
Luego de la construcción de Hidrosogamoso, uno de los proyectos más ambiciosos de Santander, el estilo de vida de más de 600 pobladores de 'La Playa', en Betulia, cambió. Ante la escasez de oportunidades por la contaminación del río, que durante décadas fue fuente de sustento, hoy la lucha es por no morir de hambre y sed en una tierra en la que ya no hay peces, cultivos ni servicios básicos.
Estas son algunas de las historias de resiliencia de quienes aún, resignados y dejados en el olvido, se niegan a abandonar sus hogares y sus raíces para migrar a un nuevo territorio.
El hambre es tal vez el común denominador de los pescadores que ahora se sientan a la orilla del río, con lágrimas en los ojos, a recordar aquellas épocas de abundancia, cuando el Sogamoso llevaba vida en su corriente.
“Hace 25 años el río daba para los 600 pescadores de acá y para más. Pescábamos hasta para los campesinos de los otros municipios que llegaban para intercambiar alimentos. Ahora ningún finquero baja porque no hay comida ni para nosotros, menos para darle a ellos. Nos acabaron el pescado y nos mataron el río”, asegura Mario Mejía Mantilla, quien lleva casi 70 años en el cacerío, viviendo de la pesca.
Pero la situación empeora para los niños, adultos mayores y para las mujeres que antes se dedicaban a la venta del pescado que sacaban sus esposos y que ya no tienen de qué vivir.
“Es muy triste darse cuenta que al río lo mataron y nos mataron a nosotros también, porque el río nos daba el sustento y la comida de todos los días. Si nuestros esposos no se van, nos toca aguantar hambre, la hidroeléctrica nos destruyó todo. Isagén dice que estamos bien y no es verdad, no hay pescado suficiente, si sacamos tres o cuatro es mucho, esto es muy duro”, explica Deisy Marcela Díaz Calderón, vendedora de pescado y madre de dos niños.
Ya las canoas que durante años recorrieron el portentoso Sogamoso y que cargaron cientos de ejemplares de gran tamaño, se hunden y se deterioran a la orilla. Sacarlas no tiene sentido.
Solo seis o siete pescadores insisten, pero la suerte no les sonríe, como el caso de Wilson Pérez Ramírez, quien sale desde la noche hasta la mañana a lanzar la atarraya.
En más de doce horas de trabajo en medio del frío de la noche, solo logra una pesca de un poco más de 30 ejemplares, ninguno grande.
“Estamos en temporada de pesca y en un recorrido de estos, antes de la represa, sacábamos 200 o 300 pescados, ahora, máximo sacamos 60 y el tamaño es pequeño. Antes el río era libre y los peces subían, intentamos sobrevivir con lo que hay. Pero Isagén no nos deja pescar en la parte de arriba de la represa, también nos sacó de allá”, indica el pescador.
“Es muy triste darse cuenta que al río lo mataron y nos mataron a nosotros también, porque el río nos daba el sustento y la comida de todos los días. Si nuestros esposos no se van, nos toca aguantar hambre, la hidroeléctrica nos destruyó todo”.
Durante cuatro años Ana Milena Aparicio Niño le insistió a su esposo para que resistiera y no se fuera, dejándola sola con los niños.
Pero la crisis se volvió insostenible, el río había dejado de ser la fuente de sustento y para sobrevivir la única alternativa era marcharse, buscar trabajo lejos de casa.
“A algunos vecinos los están obligando a vender para sacarlos de sus casas, hay personas que llevan toda la vida acá y las quieren sacar. Nuestros esposos se tuvieron que ir, buscar trabajo en lo que sea para conseguir un poco de comida. Ahora, muchas son madres solteras haciendo lo posible para mantener a los hijos”, dice la mujer, quien espera la llegada de su esposo con la esperanza de que en algún momento regrese la abundancia.
Pero la situación no es diferente para Rubiela Amaya Melgarejo, quien recuerda que después de la construcción de Hidrosogamoso todo es tan crítico que el comercio colapsó hasta desaparecer.
“A muchos les tocó irse porque el río no da, todo subió, hasta las tiendas cerraron. Acá todos somos pobres y la gente se aprovecha de eso, los que vivimos acá no tenemos plata y ya ni tenemos comida”, señala Amaya.
Con los pocos años que le quedan de vida, como dice don Mario, la nostalgia lo golpea al pensar en el futuro de los más jóvenes y que, probablemente, no podrán crecer donde ellos lo hicieron.
“No nos sacó la guerrilla, no nos sacaron los paramilitares, no nos sacó la guerra, pero nos está sacando el Gobierno y las multinacionales”, sentencia mientras las lágrimas recorrían su rostro.
“No nos sacó la guerrilla, no nos sacaron los paramilitares, no nos sacó la guerra, pero nos está sacando el Gobierno y las multinacionales”.
Los pasos que Deisy Marcela Díaz Calderón da son lentos, pero no porque tenga avanzada edad, sino porque en ‘La Playa’, el cacerío en donde ha pasado toda su vida, las calles no están pavimentadas y cuando llueve, los pies se hunden en el lodo.
Un par de botas de caucho serían la solución, pero en su casa, construida con unas cuantas tablas, un par de tejas y en donde las cobijas hacen las veces de puerta, no hay ni para la comida. Menos para un lujo de este tipo.
Apenas supera los 30 años, hace parte del Movimiento Ríos Vivos de Colombia, es madre de dos pequeños y durante décadas trabajó como vendedora de pescado. Eso sí, fue testigo de la abundancia del Sogamoso antes de la construcción de la represa.
Porque para los pobladores de esta zona, a la par con la llegada del ‘gigante’ de cemento, se fue la abundancia que uno de los ríos más grandes de Colombia llevaba en sus aguas. Un río que se achica, “un río que Isagen mató”.
Tras el ‘ahogo’ del gran Sogamoso, Deisy se queda en casa, cuida a sus hijos y hace malabares para conseguir un poco de alimento que les permita mantener la fuerza, mientras su esposo envía algo del dinero que consigue en trabajos esporádicos.
El hambre y la falta de oportunidades lo obligaron a dejar atrás a su familia. Cuando al fin se resignó a aceptar que aquel río ya no le daría el sustento que por años les dio, hizo maletas, empacó con él la tristeza y se fue.
Aunque su esposa es fuerte, de vez en cuando un nudo le bloquea la garganta y de sus ojos brotan las lágrimas.
Su rostro es reflejo de la desolación que viven los 600 pobladores que hacen lo posible por sobrevivir sin peces, cultivos, agua, ni energía, pese a que viven a tan solo un par de kilómetros de la hidroeléctrica.
Es que en ‘La Playa’ solo quedan unas pocas esperanzas, miles de recuerdos y la angustia de que la muerte los alcance en silencio. Porque a pesar de la crisis que afrontan, sus voces no hacen eco, es la tierra del olvido.
“Hace más de tres meses estamos pidiendo que nos pongan por lo menos el alumbrado público, nos toca con linternas, tengo dos niños y las vecinas también. Estamos cerca a la hidroeléctrica y no tenemos luz. Tampoco tenemos comida, los cultivos se inundaron, hay malos olores, mosquitos y muchas veces no encontramos ciertos productos”, cuenta, haciendo un esfuerzo para que la voz no se le corte.
Pero el dolor ni siquiera es por ella, es por esos pequeños a quienes se les está arrebatando su derecho a ser felices, libres y vivir en óptimas condiciones. No así.
En ‘La Playa’ solo quedan unas pocas esperanzas, miles de recuerdos y la angustia de que la muerte los alcance en silencio. Porque a pesar de la crisis que afrontan, sus voces no hacen eco, es la tierra del olvido.
Cuando Ana Milena Aparicio Niño llega al patio de su casa, baja la pequeña pendiente que lleva a la orilla del río, en donde se acumula la basura que trae la corriente.
Sus hijos, su mascota y decenas de pollos, la acompañan en el recorrido. Lo que para ellos es una aventura, para la mujer es un panorama desgarrador, casi como un fuerte golpe en el pecho.
“Esto duele, mija, nos estamos muriendo y nadie hace nada. Ya nosotros no tenemos ni para comer. Isagen no entiende que nos estamos muriendo de hambre”, dice con serenidad, pese a que sus ojos cargan con tristeza.
Y aunque se ve humedad en las tierras, debido a los altos niveles del río por la apertura de las compuertas, hace imposible que los cultivos prosperen, llevaban meses esperando a que la lluvia llegara, porque en ‘La Playa’ hasta el agua escasea.
Y justo así, bajo la lluvia implacable que llegó de repente, sentada en una vieja canoa que permanece ‘boca abajo’ a la intemperie, porque ya no hay quién la use, cuenta que además de la falta de peces, también los mata la falta de servicios básicos. No tienen agua, ni luz.
“Hace 20 o 25 años, todos éramos felices. Acá llegaron cuatro abuelos y fueron los que levantaron esta comunidad. Antes teníamos un acueducto comunitario, cada familiapagaba y tenía aguapara todo el mes, también teníamos luz. Desde que llegó la represa, esto se convirtió en ‘urbano’ y creen que tenemos calles o centros comerciales como en las ciudades. Eso es mentira, acá no hay nada. El recibo de luz, que antes llegaba a $16 mil, ahora llega a $70 mil u $80 mil, y lo mismo el del agua. Muchos cerraron sus negocios porque no tienen cómo cubrir los gastos”, narra, a la vez que la vista se posa en el vaivén de las olas.
“Esto duele, nos estamos muriendo y nadie hace nada. Ya nosotros no tenemos ni para comer. Isagen no entiende que nos estamos muriendo de hambre”.
“Me acuesto a dormir con nostalgia porque sé que esto no acaba acá. Esto va a acabar con los animales, nuestros ecosistemas y nuestros jóvenes, ¿eso es tener corazón?”, se pregunta pausadamente don Mario Mejía Mantilla, casi como si esperara que Isagen, la empresa encargada de la represa de Hidrosogamoso, le respondiera.
Sus manos sostienen una taza de café recién bajado de la estufa que ayuda a calmar el frío propio del aguacero. No hay luz, se acerca la hora del almuerzo y tampoco hay comida para llenar los platos.
A punto de completar los 70 años de vida, recuerda que llegó cuando apenas tenía dos. Con su trabajo y esfuerzo ayudó a construir el cacerío y en su cabeza guarda las memorias de casi siete décadas de historia. Está tan lúcido, que recuerda, “como si fuera ayer”, esas épocas en las que hacían festival y tenían reina.
“Hacíamos nuestro festival cada 6 de enero,teníamos reinado, baile y la gente llegaba por montones. La comunidad se beneficiaba porque vendíamos comida, pescados, la gente traía sus carpas y se quedaba en los playones que se formaban cuando bajaba el río. Pero desde la llegada de Hidrosogamoso no lo hacemos, ya casi nadie viene, y los que vienen, ven esto, se van y no vuelven. Hasta el agua está turbia”, recuerda.
Don Mario llora de vez en cuando, porque ni la sabiduría adquirida en todos estos años le son suficientes para aceptar que lo que un día fue ya no volverá.
En el fondo, sabe que aquellas épocas de felicidad, probablemente, se quedarán solo en el recuerdo y que las nuevas generaciones, que hoy son víctimas de la crisis, no tendrán otra opción más que partir lejos de casa.
Don Mario llora de vez en cuando, porque ni la sabiduría adquirida en todos estos años le son suficientes para aceptar que lo que un día fue ya no volverá.
En cada paso que da, Rubiela Amaya Melgarejo fija la mirada en el suelo. Siempre está atenta para recoger las piedras que trae el río y que puede convertir en lienzo.
Porque ante la escasez de peces y la falta de oportunidades, encontró en el arte su forma de sobrevivir.
“Yo tengo dos sobrinos a mi cuidado, mi esposo se tuvo que ir y ya no puedo vivir de la venta de pescado. Mi mamá llora porque perdió su negocio y solo me queda hacer arte con las piedras”.
Rubiela Anaya Mendoza, quien toda su vida fue vendedora de pescado, ante la escasez de ejemplares y la falta de oportunidades, encontró en el arte su forma de sobrevivir.
El gran Sogamoso, perdido por la contaminación
Casi como si fuera la ‘crónica de una muerte anunciada’ para el Sogamoso, el ingeniero químico y docente de la Maestría de Ciencias y Tecnologías Ambientales de la Universidad Santo Tomás, Jairo Puente Brugés, ya había advertido, desde años atrás, lo que podría pasar.
“Desde antes de la construcción de la represa ya habíamos advertido de lo que ocurriría. Con los estudiantes de la maestría hacemos mediciones de oxígeno aguas arriba y aguas abajo de la represa. Aguas abajo, más específicamente en el caserío ‘La Playa’, encontramos que los niveles de oxígeno son muy bajos. La norma en Colombia indica que son cuatro miligramos por litro, y ahí, hay menos de dos”, explica el ingeniero.
Según Puente Brugés, esta es una de las razones por las cuales no es posible el desarrollo de los peces, sumado a los altos niveles de contaminación, dado que el Sogamoso recibe las aguas de los ríos Chicamocha y Suárez.
“Eso coincide con lo que los pobladores dicen de que solo sacan peces pequeños. Como los que hemos visto en los últimos años, son muy diferentes a los peces de antes que eran grandes. Esto afecta a los pescadores que viven de dicha actividad. Además, cuando abren las compuertas, los pobladores sufren inundaciones. Los campesinos se quejan de que la humedad aumentó y eso hace que bajen las cosechas”, agrega el experto.
Así mismo, el ingeniero señaló que Hidrosogamoso se convierte en uno de los mayores emisores de gases de invernadero, uno de los causantes del cambio climático, y por ello las hidroeléctricas no son consideradas como energías limpias.
“En EE.UU., entre 1912 y 2018, derribaron 1.578 represas porque no encontraron cómo recuperar el río y afectaba a los pescadores. En Colombia, hay muchas personas que tienen una idea desactualizada de desarrollo, los únicos países que construyen represas, son países atrasados”.
“En Colombia, hay muchas personas que tienen una idea desactualizada de desarrollo, los únicos países que construyen represas, son países atrasados”.
¿Quién responde?
Vanguardia consultó a Isagén, empresa encargada del proyecto, sobre las denuncias que hacen los pobladores de ‘La Playa’. Sin embargo, sus funcionarios aseguraron que la situación no es nueva y evitaron entrar en detalles al respecto.
“Los temas no son nuevos y esas denuncias son de años atrás. Por eso, la posición de la empresa sigue siendo la misma: cumplir con los compromisos de la licencia ambiental como hasta ahora”.
Según los pobladores de ‘La Playa’, la falta de agua y energía, además de los daños que registra la escuela de los niños, son algunos de los principales problemas. Ante esto, Vanguardia consultó con la Alcaldía.
Sobre la presunta falta de agua, aseguró que “la Alcaldía no ha hecho modificación de la estratificación. El tema es que la Comisión de Regulación de Agua Potable y Saneamiento Básico pidió una nueva metodología para prestadores de servicio público y por eso se da el incremento de los precios. Esta es una zona donde se está construyendo la doble calzada de la vía Bucaramanga-Barrancabermeja-Yondó y por estar al margen de la vía, hay momentos en que se dan afectaciones en la red y se deben realizar las reparaciones que son de rutina, por eso se hacen algunos cortes”, señala Gilberto Rueda Rueda, jefe de la Unidad de Servicios Públicos del municipio.
A su turno, Carlos Andrés Picón Jaimes, secretario de Infraestructura, indicó que “a la escuelita, el año pasado, le hicimos la batería sanitaria porque estaba en muy malas condiciones. En este momento se suscribió un convenio para realizar un mejoramiento de pintura, hay que cambiar las cubiertas y unas baldosas.La obra estaría lista a finales de mayo”.
Además, manifestó que la falta de alumbrado público se debe a que la Alcaldía de Betulia no ha hecho la contratación requerida para el servicio.